martes, 14 de abril de 2020

"Después de los lobos"
Liliana Bodoc

Un mundo sin diferencias es tan temible como un arco iris gris.

Andan los lobos en manadas. Su ferocidad va delante de ellos, y detrás van sus sombras, estiradas por el ultimo sol del atardecer.
Primero la ferocidad, después los lobos, después las sombras; las manadas recorren los caminos del bosque.
El bosque, que los conoce bien, sabe que se acerca una muerte. Porque los lobos tienen hambre. Un hambre enorme y antigua, tal como si jamás hubieran comido: ni ellos, ni sus padres, ni sus abuelos. Con las orejas alertas, los hocicos entreabiertos y los colmillos en su sitio, la manada va en busca de su presa.

Para que no se advierta su llegada, los lobos se mueven con precaución. Tanta precaución que, más que decir que no hacen ruido, habría que decir que hacen silencio.
El bosque sabe lo que va a suceder... Tarde o temprano, los lobos hallarán un animal indefenso, lo cercarán en una rueda de ojos amarillos, y luego se abalanzarán sobre él. Un poco después, estarán aullándole a la luna para celebrar la cacería.
Van a hacerlo porque son lobos, y no ardillas, tortugas o ciervos. Y todos los lobos tienen un hambre armada de colmillos, caminan con sigilo y están enamorados de la luna.

Pero... (si no hay PERO, no hay cuento) a veces las cosas cambian. Se sacuden.

Hace tiempo y más tiempo, en la gran manada de lobos del mundo comenzó a suceder algo extraño.
Por aquí y por allá, en este bosque y en aquella pradera nacieron algunos lobos que no quisieron, no supieron o no pudieron ser iguales a todos. 
No quisieron, no pudieron o no supieron... ¡Eso no es lo importante! Lo que realmente importa es que aquellos lobos se aburrían de tener hambre. Solamente tener hambre. Todo el día y la vida: cazar y seguir hambrientos.
Entonces lentamente comenzaron a cambiar sus costumbres. ¡Y terminaron haciendo cosas que a ningún lobo común y corriente se le hubiese ocurrido! Por ejemplo, dejaron de mirar la luna, y empezaron a mirar con curiosidad las luces de los fuegos que encendían los hombres.
Y bien, cuando sus compañeros notaron la diferencia, se inquietaron. Mejor dicho, algunos se inquietaron. "Qué sucedía con aquellos lobos... ¿Por qué se comportaban de esa ridícula manera?"
Otros, en cambio, se burlaron. "Vean estos lobos inútiles y débiles que no quieren tener hambre todo el día".
Algunos desconfiaron: "¿Sería conveniente que aquellos lobos permanecieran cerca...? ¿Y si sus rarezas y sus tonterías eran contagiosas?"
Finalmente, otros se enfurecieron: "¡No debemos aceptar esta insolencia!" Y hasta amenazaron: "Si no se comportan igual que nosotros, recibirán un castigo".
Con el tiempo los animales que no querían, no sabían o no podían ser iguales al resto de las manadas se fueron rezagando. La inquietud, las burlas y las rabias de sus compañeros crecían cada vez más. 
Entonces, un buen día, aquí y allá, en esta pradera y en aquel bosque, ellos tomaron un nuevo camino. 
Los lobos en manada continúan andando por su propio sendero. Hambrientos, orgullosos y colmilludos; caminando con sigilo para atrapar una presa, aullándole a la luna llena.
Y quizá nunca sepan lo que nosotros sabemos...

Aquellos animales que se aburrieron de tener hambre, siempre y solamente hambre, no eran inútiles, débiles o insolentes. Tenían otros sueños, eso sí. Por eso, un día cambiaron de sendero y de destino.
Ellos viven hoy más cerca de los hombres que de la luna. Y tienen los nombres que les pone el amor.

- Muy bien. Ya terminé mi pequeño cuento. ¡Vamos, Tobi, es hora de volver a casa!

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