"Después de los lobos"
Liliana Bodoc
Un mundo sin diferencias es tan
temible como un arco iris gris.
Andan los
lobos en manadas. Su ferocidad va delante de ellos, y detrás van sus sombras,
estiradas por el ultimo sol del atardecer.
Primero la
ferocidad, después los lobos, después las sombras; las manadas recorren los
caminos del bosque.
El bosque,
que los conoce bien, sabe que se acerca una muerte. Porque los lobos tienen
hambre. Un hambre enorme y antigua, tal como si jamás hubieran comido: ni
ellos, ni sus padres, ni sus abuelos. Con las orejas alertas, los hocicos
entreabiertos y los colmillos en su sitio, la manada va en busca de su presa.
Para que no
se advierta su llegada, los lobos se mueven con precaución. Tanta precaución
que, más que decir que no hacen ruido, habría que decir que hacen silencio.
El bosque
sabe lo que va a suceder... Tarde o temprano, los lobos hallarán un animal
indefenso, lo cercarán en una rueda de ojos amarillos, y luego se abalanzarán
sobre él. Un poco después, estarán aullándole a la luna para celebrar la
cacería.
Van a
hacerlo porque son lobos, y no ardillas, tortugas o ciervos. Y todos los lobos
tienen un hambre armada de colmillos, caminan con sigilo y están enamorados de
la luna.
Pero... (si
no hay PERO,
no hay cuento) a veces las cosas cambian. Se sacuden.
Hace tiempo
y más tiempo, en la gran manada de lobos del mundo comenzó a suceder algo
extraño.
Por aquí y
por allá, en este bosque y en aquella pradera nacieron algunos lobos que no quisieron,
no supieron o no pudieron ser iguales a todos.
No
quisieron, no pudieron o no supieron... ¡Eso no es lo importante! Lo que
realmente importa es que aquellos lobos se aburrían de tener hambre. Solamente
tener hambre. Todo el día y la vida: cazar y seguir hambrientos.
Entonces
lentamente comenzaron a cambiar sus costumbres. ¡Y terminaron haciendo cosas
que a ningún lobo común y corriente se le hubiese ocurrido! Por
ejemplo, dejaron de mirar la luna, y empezaron a mirar con curiosidad las
luces de los fuegos que encendían los hombres.
Y bien,
cuando sus compañeros notaron la diferencia, se inquietaron. Mejor dicho,
algunos se inquietaron. "Qué sucedía con aquellos lobos... ¿Por qué se
comportaban de esa ridícula manera?"
Otros, en
cambio, se burlaron. "Vean estos lobos inútiles y débiles que no quieren
tener hambre todo el día".
Algunos
desconfiaron: "¿Sería conveniente que aquellos lobos permanecieran
cerca...? ¿Y si sus rarezas y sus tonterías eran contagiosas?"
Finalmente,
otros se enfurecieron: "¡No debemos aceptar esta insolencia!" Y hasta
amenazaron: "Si no se comportan igual que nosotros, recibirán un
castigo".
Con el
tiempo los animales que no querían, no sabían o no podían ser iguales al resto
de las manadas se fueron rezagando. La inquietud, las burlas y las rabias de
sus compañeros crecían cada vez más.
Entonces,
un buen día, aquí y allá, en esta pradera y en aquel bosque, ellos tomaron un
nuevo camino.
Los lobos
en manada continúan andando por su propio sendero. Hambrientos, orgullosos y
colmilludos; caminando con sigilo para atrapar una presa, aullándole a la luna
llena.
Y quizá
nunca sepan lo que nosotros sabemos...
Aquellos
animales que se aburrieron de tener hambre, siempre y solamente hambre, no eran
inútiles, débiles o insolentes. Tenían otros sueños, eso sí. Por eso, un día
cambiaron de sendero y de destino.
Ellos viven
hoy más cerca de los hombres que de la luna. Y tienen los nombres que les pone
el amor.
- Muy bien.
Ya terminé mi pequeño cuento. ¡Vamos, Tobi, es hora de volver a casa!
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